30 de julio de 2.006

Carlos Villar, Pablo (SER), Fernando (el Cañetero), Javier Turégano y Manolo Delgado (Barcelona)
Cómo nos fue:
Nada más llegar a Pajaroncillo hicimos un nuevo amigo, un córvido juguetón que insistía en picarnos en las zapatillas, cogiendo insistentemente los cordones. Qué curioso, ¿verdad?, un ave de rapiña domesticada por los propios vecinos de un pueblo de tal nombre.
Haciendo amigos en Pajaroncillo
Tras coger agua y despedirnos del bicho negro y ave de mal agüero, partimos hacia la Vega de Las Tajadas. Llegados al río, en la Vega de las Tajadas, el camino se convierte en selva atrapada entre la roca y el río. Son pocos metros pero de machete.En un maldito peralte pierdo el equilibrio y doy con mis huesos en el suelo. El resultado fue el escacharramiento de mi cámara de fotos. La pobre no pudo aguantar el impacto, así que hasta aquí el documento gráfico.

Continuamos la marcha y cruzamos el Cabriel. El calor de la mañana me invita a un baño y me sumerjo en sus refrescantes aguas, sin recordar que llevaba el teléfono móvil en el maillot. Otra baja más. Joder con el cuervo, qué maleficio me ha echado.
Continuamos ruta y tras una infructuosa búsqueda de un camino, que en el mapa nos conducía hacia los abrigos rupestres, optamos por ir por carretera hasta Villar del Humo. Es un desvío casi necesario pues las reservas de agua han mermado considerablemente.

El regreso a Pajaroncillo lo hacemos por Torre Barrachina y por la durísima Loma del Burro que nos da la puntilla, aunque el descenso a Cristinas bien merece la pena.
Llegados a Pajaroncillo, no soy supersticioso pero, si encuentro al pajarraco, lo degüello.
Llegados a Pajaroncillo, no soy supersticioso pero, si encuentro al pajarraco, lo degüello.
Cañitas con limón y para casa.
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